Cuentan que antes del fatal accidente del avión de Lapa las alarmas se dispararon alertando a la tripulación sobre los problemas que finalmente provocaron la tragedia. Sin embargo el piloto, que ya estaba en la cabecera de la pista listo para despegar, prefirió creer que fallaba el sistema de alarmas en lugar de los flaps y dió máxima potencia a las turbinas. Murieron pasajeros, también tripulantes, sólo sobrevivieron unos pocos y fue, finalmente, el certificado de defunción de la empresa.

Con muchos políticos creo que acontece lo mismo: las alarmas se disparan alertando de severos problemas pero prefieren descreer en las señales y descalificar a fabricantes, mecánicos y técnicos. Más aún, desactivan la alarma y aumentan la potencia para demostrar (y demostrarse) que está todo bien. Como los camioneros, cuando se disparaba el Vigía y lo desligaban porque «fallaba».

publicidad.jpg

La historia universal está llena de ejemplos: Mussolini, Tito, Trump, sólo por citar algunos, demuestran que esta acción-reacción es independiente a los tiempos, a la idiosincracia de pueblos y al pertenecer a ideologías de izquierda, centro o derecha. Ni siquiera influye si fueron electos o producto de algún golpe de estado; civiles o militares; potencias o países subdesarrollados. A similares causas similares consecuencias.

Sucedió un par de años atrás con Macri y está sucediendo en estos momentos. Y aclaro que no me interesa debatir diferencias entre modelos o ideologías y menos aún buscar culpables cuando el país lo que necesita es que busquen soluciones. Solo digo que hay demasiadas señales de alerta que deberían ser consideradas si pretenden seguir en el poder para consolidar un proyecto beneficioso para sus habitantes… que creo es el objetivo de los gobernantes.

Serrat cantó slguna vez que «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio».

Queda ahora en manos de nuestros gobernantes, legítimamente electos por el pueblo, decidir el camino a seguir. Humilde y respetuosamente creo que el fundamentalismo no es conducente, que la diferencia entre ganar y perder las elecciones es muy pequeña y que todos, absolutamente todos, deberían ceder un poco, flexibilizar conductas y volver a las negociaciones para bien de los argentinos.

Al igual que en el vuelo de Lapa, son los pasajeros quienes terminarán sufriendo las consecuencias de esa pasión por intentar probar si las señales que emite el pueblo son una falsa alarma o si verdaderamente hay fallas que, con las turbinas puestas a máxima potencia sólo agravará las consecuencias.

Por Carlos H. Maipah

Compartila en las redes

Deja una respuesta

Su Email no será publicado

*