Una joven, estudiante de nivel terciario, llegando a casa, dijo a la madre: «Estoy apasionada por un colega y deseo casarme con él». Su madre, sorprendida con lo que oía de la hija, dijo: «Qué bueno, hija. ¿Tiene él un trabajo?» La joven contestó: «Sí. Limpia las pizarras después las clases».
Al leer este pequeño anécdota, empecé a pensar en nuestras vidas personales y como sería bueno si nuestras actitudes ayudasen a «limpiar la pizarra» de esos momentos errados.
Como sería bueno si la luz de a sabiduría brillase en todas las salas de clases, en las fábricas, en los restaurantes y comercio, en las calles donde caminamos y, principalmente, en nuestro hogar.

Si la pizarra de nuestra frente es sucia, debemos de limpiarla con nuestra fidelidad y obediencia a la voluntad de Dios.
Si la pizarra está sucia de odio, dejemos que el amor de Cristo en nosotros, lo limpie. Si la pizarra está sucia con mentiras y engaños, esforcemonos para que la Verdad la limpie. Si la pizarra está sucia con decepciones, frustraciones y desesperanza, pasemos el limpiador de la esperanza y de la certeza de que es posible.
Si todos nosotros trabajamos unidos para limpiar la pizarra, nuestro entorno será más iluminado y más feliz. Y solo seremos capaces de limpiar el cuadro si nuestras manos y nuestro corazón estén limpios delante del Señor.
¿Quieres tú ayudar a limpiar la pizarra?
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo, y mi deseo de que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes en todo, y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.
Claudio Valerio