Un joven era muy feliz en su ciudad. Pero, seducido por un amigo, dejó todo y fue para un lugar distante, donde tendría más diversión y hasta una colocación que le daría mejor salario.
Todo habría dado errado para él. Trabajaba mucho, ganaba poco y, lo peor, no tenía tiempo para divertirse, como siempre había soñado. Derrotado y hondamente triste, pensó: «¿Qué es lo que estoy haciendo en éste lugar? ¡No es mi lugar! Era feliz y no sabía dar gracias por lo recibido».
Cuántos de nosotros ya experimentamos las mismas
frustraciones y decepciones… Puede haber sido en el cambio
de una colocación, en un cambio de casa… ¡Como sería
mejor si tuviésemos la costumbre de consultar al Señor
antes de tomar las decisiones!
Yo siempre digo a mis amigos: «La felicidad consiste en
estar satisfecho con aquello que Dios nos da». Y sé que eso
es la pura verdad. Con el Señor, y caminando en el centro de
Su voluntad, el dinero escaso se multiplica, la casa pequeña
nos parece un ambiente acogedor y grande, la vecindad
humilde nos muestra lo que es la real amistad, el auto
antiguo y barato nunca da defecto, la felicidad es huésped
constante a nuestro lado.
La mejor casa que podemos tener es aquélla que Dios nos da.
La mejor colocación que podemos conseguir es aquél que Dios
nos indicó.
Si queremos disfrutar la verdadera felicidad, dejemos que Dios
nos dirija… en cualquier situación o circunstancia.
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), te envío un Abrazo,
y mi deseo que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes
en todo, derramando sobre ti Salud, Paz, Amor, y mucha
Prosperidad.
Claudio Valerio