Cierto hombre recibió un gran auxilio cuando estuvo en una ciudad donde a nadie conocía. Un hermano de una iglesia que visitó buscó auxiliarlo en muchas de sus necesidades.
Agradecido, al volver a casa, le dijo al hermano: «Si vienes a mi ciudad, no dejes de buscarme. Has sido muy generoso conmigo y quiero retribuirte todo lo que me hiciste».
El hermano, abrazándolo, dijo: «No espere por mí para retribuir. Haga eso con el primer necesitado que encuentre».
¿A quién hemos demostrado amor? ¿A los que nos ayudan? ¿A los que nos extienden la mano? ¿A los que muestran generosidad con relación a nuestras necesidades? ¿O a todos los que podemos ayudar, mismo que nada tengan hecho para nosotros?
¡Amar no es corresponder al amor recibido! ¡Jesus nos amó sin qué mereciésemos su amor! Camina a nuestro lado mismo cuando nosotros caminamos lejos de Él. Nos abraza aún mismo cuando preferimos abrazar el mundo. Espera por nosotros, con los brazos abiertos, mismo cuando no queremos ir al encuentro de Él.
Jesús nos enseñó a amar, a los que merecen y a los que no merecen nuestro amor. Él nos mandó orar no solamente por los que nos ayudan, sino también por los que nos persiguen. Él nos mandó alumbrar al mundo, mismo cuando el mundo se contenta con la obscuridad. Él nos mandó ser una bendición, mismo donde todos desean ser bendecidos por otras creencias.
Quiere que seamos diferentes y mostremos al mundo su maravilloso amor. «El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros» (Romanos 12:9, 10).
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un saludo, y mi deseo de que Dios te bendiga, te sonría y permita que prosperes en todo, y derrame sobre ti, Salud, Paz, Amor, y mucha prosperidad.
Claudio Valerio