El boom de la nueva política… por favor, no lo arruinen

El antecedente más remoto en nuestra zona viene desde el nacimiento mismo del Partido de Escobar. El Tono Lambertuchi acostumbraba visitar a los vecinos del distrito y quedarse conversando con ellos. Era su forma de conocer los problemas para intentar luego resolverlos. Mipo Leone pasaba tardes enteras tomando mate en la casa de algún amigo mientras los vecinos desfilaban incesantemente para contarle lo que les pasaba. Luis Patti realizó su primera campaña de la misma forma y hoy Maxi cuenta emocionado que en muchos comercios y casas que visita le cuentan que “ahí mismo, donde usted está sentado, se sentó su papá”.
Cuando el macrismo comenzó a visitar casas (probablemente por asesoramiento de Durán Barba) muchos adversarios se rieron. Sin embargo, a vista de los resultados, ya son muchas las campañas de otros espacios políticos que ponen énfasis en la necesidad de ese contacto directo entre candidato y votante… y a regañadientes pero lo hacen. Claro… en algunos casos el candidato ya los visitó para otra elección y los llenó de promesas que luego no pudieron, no quisieron o no supieron cumplir y en ese caso la “timbreada” se convierte en un ring raje.
La ignorancia de muchos respecto a la trascendencia que una visita del candidato puede provocar en la humilde gente de un barrio los lleva a atribuirle un poder místico y creen que por sacarse una foto tocando un timbre van a conseguir el voto. Y como si fuera poco se encargan de distribuir la imagen a través de las redes sociales, creyendo que otros que no fueron visitados van a votarlos sólo porque ellos están visitando a la gente. Ese razonamiento es tan estúpido como creer que porque publiquen la foto de un borracho arrepentido van a terminar con el flagelo del alcohol. Muchachos… la cosa no funciona así, por contagio.
Cuando el vecino abre la puerta e invita a alguien a pasar a su casa, lo hace esperanzado de poder explicarle por una vez en la vida cuáles son sus verdaderas necesidades. En su ingenuidad creen que si no se lo solucionaron hasta ahora es porque no lo sabían.
Muchos de esos aprendices de políticos tienen una formación basada en que es suficiente con leer los títulos para aprender los contenidos de un diario. Leyeron o escucharon que los asesores y gurúes recomiendan estas visitas y definen a las redes sociales como la mejor herramienta de marketing y propaganda (que dicho sea de paso no son la misma cosa) y con ese único conocimiento (el título que leyeron) creen saber la fórmula perfecta para ganar. De esta forma nos encontramos a pocos días de las PASO con un bombardeo de militantes rentados para simular ser la voz del pueblo, defendiendo a tal o cual candidato, denostando a los otros y recomendando votar a su jefe para que resuelva todos los problemas del barrio, la ciudad, el distrito y hasta el planeta todo, incluidos el hambre en Haití, los derechos humanos en Siria y las intrigas palaciegas del entorno de Donald Trump. Apenas subidas las imágenes el cyber-ejército contratado, a través de las múltiples identidades creadas en el amparo del anonimato que permite internet, comienzan a darle centenares de “me gusta” que terminan convenciendo al propio candidato de ser un tipo muy querido y que cada cosa que dice le encanta a la gente. Pagan para que les mientan, porque nadie se va a guiar por la recomendación de un desconocido ultra fanático.
Con el mismo afán y temerosos de recibir las bofetadas de la realidad, a la hora de los timbreos barriales, eligen las casas de sus adeptos. Se garantizan la apertura de la puerta, un aluvión de emocionados elogios y no corren el riesgo del airado reclamo o directamente una puteada. Llegan a una casa en el medio de un pantano mal llamado calle con los zapatos limpitos o tacos altos. Dejan sus lujosos autos en una esquina con algún militante que se los cuide y saltando por las piedras consiguen arribar a la casa elegida, rodeados de fotógrafos propios. En algunos casos la parodia tiene ribetes propios de un sainete, porque es un juego perverso donde ellos fingen querer conocer los problemas y el vecino finge creerles. Los barrios humildes son atacados por hordas timbreadoras. Es como si una multitud de Testigos de Jehová hubieran salido de campaña, aunque con mucha menos honestidad. Estos últimos lo hacen desinteresadamente y por convicción. Mientras tanto, sus rivales muestran la foto de los autos en que llegaron al barrio, el detalle de los zapatitos de tacos altos en un pantano y los usuarios de la red se hacen la panzada. Tampoco creo que sume votos.
Un párrafo aparte para los más hipócritas de todos. Los que posan sonrientes junto a un discapacitado, un anciano en silla de ruedas o un niño andrajoso. Si buscan con esa imagen “trucha” hacerle creer a la gente que son sensibles, humanos e integradores están equivocados. Para peor en la mayoría de los casos salen con una sonrisa tan falsa como la de un trapecista. Una cosa es que alguien haya sacado una foto cuando él, sinceramente, estaba compartiendo un momento con ese chico, pero posar con él, exhibiéndolo como si fuera un trofeo de caza es de una ruindad inadmisible para quien pretende gobernar. Y si la foto no fuera malintencionada… guárdela. No la suba al Facebook. Genera rechazo, ofende a su víctima y subestima al elector.
El camino cierto, una vez más, es por la senda de la verdad, la autenticidad, la honestidad… Cuando los asesores de campaña les indican sus estrategias no están errados. Los errados son los candidatos, que le atribuyen al hacerlo una potencialidad que no funciona de esa forma. Dan por sobreentendido que las cosas van a ser hechas de verdad y no que van a fingir hacerlas. Lo hacen para la foto, creyendo que con ese falso testimonio la tarea está cumplida. Son como escolares que resuelven el no haber estudiado para la prueba copiándose del que sabe. Probablemente logren engañar al profesor, pero el objetivo de iur a la escuela no es conseguir las calificaciones que le permiten aprobar sino aprender. Y en tal sentido están al horno. No comprenden que pueden aprender mucho más aún cuando le cierren la puerta en la cara o los echen como perros que fingiendo hacer campaña entre quienes ya conforman su espacio político. Es tan estúpido como repartir volantes invitando a hacerse católicos a la salida de la misa de las once.
La nueva política es la esperanza de comenzar a transitar un camino de recupero de la ciudad y el país. Por favor… no la arruinen desde el comienzo.